Thursday, September 28, 2006

Robbe-Grillet en la Colonia del Valle o Gazapo, la novela que no pudo ser

Por Jorge Ibargüengoitia

En Gazapo, Menelao y Gisela, los personajes centrales, se llaman entre sí “conejo,” es decir, gazapo; pero no hay que olvidar que gazapo también quiere decir mentira grande. Toda esta información la podemos obtener en la primera página de la novela; es decir, que el autor se nos presenta como con un letrero que dijera cuidado con los rateros. Esto es novedad.

Las novelas siempre han sido narraciones de hechos que tienen tan poca importancia histórica que lo mismo da que sean reales o inventados: lo importante es que alguien los cuente. Pero el narrador de estos hechos, reales o inventados, se tiene que someter a una serie de leyes elementales, de las cuales, la más importante, es la de consistencia. Si yo empiezo una historia con había una vez un rey y una reina…estoy obligado a desarrollar mi trama partiendo de la suposición de que había un rey y una reina. Lo que Gustavo Sainz hace, corresponde a un narrador que dijera: había una vez un rey y una reina; o mejor dicho había dos reyes y dos reinas. Pero todo esto no es cierto, porque en realidad no había ningún rey, ni ninguna reina. ¡Pero lo peor del caso es que había un rey y una reina!

Para ilustrar esto, voy a dar ejemplos. Mauricio, el amigo de Menelao, hace una grabación dedicada a Gisela, la novia de Menelao, en la que narra la aventura que tuvieron él, Mauricio, y Menelao con una tiple llamada Bikina. La grabación termina así: Por favor escucha otra vez esta grabación. La primera vez que leí este episodio, lo creí, pero cuando unas páginas más abajo me encontré con que repetían el consejo, volví a escuchar la grabación, es decir, a leer el episodio, y ya no lo creí. Pero gratuitamente, porque no tengo motivos para creerlo, ni para ponerlo en duda. No sé quién es Mauricio, ni que tan simple es su relación con Gisela, ni cuáles son sus intenciones, ni por qué graba una mentira, ni por qué había de grabar la verdad, ni siquiera, por qué había de coger una grabadora que no es suya. Otro ejemplo es la historia de la abuela. Menelao, que tiene una abuelita inválida, entra en la casa de su padre tratando de recoger las cosas que ha dejado: la abuela se le pega y el Mauricio y Vulbo tienen que llevarla a remar en el lago de Chapultepec. La abuela fallece a orillas del Lago. Este episodio, que es excelente, es aceptable como realidad, como sueño o como simple deseo. Pero unas páginas mas abajo, Menelao le cuenta a Gisela un sueño que tuvo: su abuela andaba en Chapultepec, descomponiendo el tránsito afuera de la Casa del Lago, y más abajo todavía, hay la noticia de un Velorio en Tangassi. Así que no se sabe si la abuela falleció y el episodio es otra versión de lo que nos contó doña Amalia Castillo Ledón hace tres años, o si Menelao sueña una cosa y le cuenta a Gisela otra, o si tuvo dos sueños, o un deseo, un sueño y una realidad (la Tangassi), o…bueno hay muchas combinaciones posibles.

Sainz usa muchos recursos narrativos: las cintas grabadas por Menelao, los apuntes en papel milimétrico garrapateados por él mismo, su diario, el diario de Gisela, los relatos telefónicos que sus amigos le hacen de ciertos sucesos, la grabación de Mauricio, la descripción de un observador omnipresente, las lecturas de una prosa medieval española de un libro que probablemente sea el Corvacho, el sueño de Menelao, etc. El orden cronológico, huelga decir, no está respetado. El tiempo de la obra avanza en espiral.

Ahora, el asunto. ¿De qué trata la obra? Del pleito de Menelao con Madhastra, su madrastra, de su amor con Gisela, la vecina, de cómo Menelao se fue a vivir al departamento de su madre, que a su vez se había ido a Cuernavaca huyendo de sus acreedores y de cómo, en ese departamento, trató de hacer el amor con Gisela (y quizá lo logró), de cómo sus amigos intentaron asaltar la casa de su padre para rescatar sus cosas, del pleito con Tricardio, el hijo de la portera, con motivo de que este había espiado a Gisela cuando se estaba bañando, de cómo Menelao llamó a sus amigos por teléfono para avisarles que tenía relaciones sexuales con Gisela (los llamó antes de tiempo) y de cómo dos de ellos tomaron, sin saberlo, el taxi que manejaba el papá de Gisela y despepitaron todo y de cómo el viejo vino a golpear en la puerta del departamento en los momentos precisos en que Menelao trataba laboriosamente de seducir a su hija; y, por fin, de cómo se fueron a comer hamburguesas en La Vaca Negra. Hay dos historias marginales excelentes: la de la abuela de Menelao y la del Vulbo, que le faja a su vecina, que se llama Nácar, hasta un día en que la amante de ella, que es cadete del Colegio Militar, encuentra en una esquina a Nácar acompañada de su madre y de Vulbo; les dice insolencias y los amenaza con el espadín; después, cuando un americano sale en defensa de las damas, el cadete se sube en un tranvía y los amenzados se van a un restaurante-bar a tomar cubas libres. La madre le confiesa a Vulbo que cuida a su hija más que si fuera señorita.

Con este material que hubiera hecho una excelente novela picaresca, Sainz, que como buen mexicano ha de estar empeñado en llegar a la altura de las últimas producciones internacionales, fue a escoger el medio de expresión más inadecuado: la antinovela. Fue a verter una historia de preparatorianos de medio pelo en una de las formas de narración más elaboradas de que se tenga noticia.

La novela empieza con la narración telefónica que Vulbo le hace a Menelao de la visita al Sanborns de Lafragua que los muchachos hicieron antes del asalto a la casa del padre de Menelao. La conversación cambia y Vulbo habla de su vecina, Nácar. Menelao cuelga el teléfono y vuelve a taparse con las sábanas. Está acostado junto a Mauricio. En mente recorre los preliminares del asalto de su casa, en el que no participó. Pero se lo han contado muchas veces, no más que (¡ojo!) no en el momento en que se tapó con las sábanas, sino en el de escribir el libro, que pudo ser diez años después. Deja a los asaltantes entrando en la avenida Benjamin Franklin, para recordar que Mauricio lo despertó aquella noche al acostarse, con lo que no se desmiento ni se confirma el episodio de Bikina, del que ya hice mención. Regresa in mente a Sanborns de Lafragua y después de un corte: “Horas después…,” el auto, que tres páginas antes estaba en Benjamin Franklin, está en Gabriel Mancera (esto está en pretérito) y después de un doble espacio: “Ahora puedo verlo todo…” y sigue la narración en presente. Etcétera. Estos cambios de ritmo tienen la virtud de mantener el interés del lector pero por otra parte, permiten al autor glorificar una narración chabacana. Por ejemplo: el pleito con Tricardio está visto desde varios ángulos, todos diferentes y ninguno especialmente iluminante. Por ejemplo: “O la inútil conversación de los muchachos riquillos acostados junto a la alberca de Junior Club, diciendo: /--Un rodillazo en el vientre. / --No seas…de faul…/ --Le agarró una half-nelson de primera…” etc. Es una conversación verdaderamente inútil. En varias ocasiones uno de los muchachos, principalmente Vulbo, imita a otro y en una cuando menos, cuenta por teléfono cómo fue que imitó a otro, pero como lo único que sabemos de ellos es que Balmori siempre pide un jugo de siete frutas, que Fidel tiene unos lentes oscuros, que Jacobo tartamudea, que Arnaldo tiene hermanas y es timorato y que Vulbo imita a sus amigos, nos quedamos en babia. Por ejemplo, Vulbo dice por teléfono: “—Fidel se despidió.” “Yo me voy,” dijo acomodándose los anteojos negros, “tengo un sueño que me cierran los ojos” –Ja, ja. (Responde Menelao) Lo imitas igualito.” Sí, digo yo, ja, ja, ja.

Por otra parte, esta estructura tan elaboradora permite guardar el caldo y dejar ir los frijoles. Balmori encuentra cien pesos en el suelo, junto a la caja de la Librería Juárez, va al departamento de Menelao y lo invita a cenar, pero mientras entra en el baño, Mauricio y Menelao acuerdan quitárselos valiéndose de un truco muy sencillo y muy malvado. No vemos que efecto tuvo la trampa, pero páginas más tarde, Menelao pide la cuenta en la Vaca Negra y paga con un billete de cien pesos de procedencia desconocida. Ahora bien, esto, es decir, cómo Menelao y Mauricio le quitaron el dinero a Balmori y cómo Menelao se lo quitó a Mauricio para ir a gastarlo en la Vaca Negra, es lo que yo creo que debería contar la novela que no fue Gazapo.

Este trabajo se publicó en El heraldo cultural, número 16, el 27 de febrero de 1966.

1 comment:

Gonzalo Del Rosario said...

Oe no tienes el argumento de manera lineal, ahora ya no sé lo que pensar.