Saturday, September 02, 2006

Gazapo y gazapera

Por Salvador Novo

En Año Nuevo, nada más propio que saludar a los nuevos. Y aplaudir, celebrar, regocijarse de que los haya; de que ellos ofrezcan la evidencia de que una fresca, joven, numerosa generación asoma—no a sustituir ni a desplazar: sino a enriquecer, fortalecer, las filas de los escritores mexicanos: a tomar su propio sitio; a reflejar con limpio espejo una vida que los anteojos de los años nos impiden, a los viejos, advertir aunque la tengamos tan a mano como los jóvenes que vigorosamente la disfrutan.

Doy gracias a Dios por haberme deparado a tres revelaciones—tan semejantes en más de un respecto: Efrén Hernández tenía 24 años cuando en 1928 adiviné el aprecio de su talento. Nada importa que yo también tuviera entonces 24 años—y (¡también entonces, hélas!) un poco de talento. La prosa de Efrén Hernández era tan nueva, tan fresca, que me encantó, lo proclamé jubiloso y fui su admirador entusiasta hasta la prematura muerte de este finísimo escritor.

Con igual gusto tropecé en 1950 a un Emilio Carballido de entonces 25 años. Pasados los muy laboriosos, fecundos en que ha proseguido su carrera de dramaturgo, novelista, poeta, 1966 encuentra a Emilio Carballido como profesor de teatro latinoamericano en la Universidad de Rutgers, sin mengua, sino con enriquecimiento, de una producción literaria tan de nuestro tiempo como de su personal, inconfundible lenguaje.

Ahora llega a mis manos y gana mi admiración un nuevo escritor de los mismos afortunados veinticinco años: Gustavo Sainz. Su Gazapo aparece en esta serie de El Volador que Joaquín Díez Canedo ha abierto a la revelación de los escritores inéditos, como Archibaldo Burns, o al refrendo de los ya antes famosos, como Carlos Fuentes. Sus 187 páginas se beben de un largo, paladeado sorbo. Este muchacho nos pasea con sus amigos por una ciudad ya distinta de la que Fuentes hizo habitar a los personajes de su novela: la ciudad de los “juniors.” “De esa época—concluye su posdata—conservo algunas fotografías.”

Antes nos ha entregado estas candid photos y nos ha permitido escuchar las cintas de la grabadora que es su juguete. ¿Inconexas? Claro es que tardamos en abdicar de la lógica de las novelas de, digamos, “nuestros tiempos.” En que todo era claro; se partía como en el teatro de nuestros tiempos de la precisa exposición, se tendían los hilos, iban anudándose, sabíamos dónde estábamos, los personajes nos eran minuciosamente acotados.

Joyce extremó el exterminio de aquella lógica, instauró otra menos obvia. No cabría aquí listar siquiera a los narradores brotados en todos los países que desde entonces han pugnado por domesticar a los lectores al deleite de integrar en su lógica antigua, si a ella se aferran, el rompecabezas que les entregan en novelas en que ni el tiempo es lineal, ni el espacio topográfico; ni soliloquio, diálogo y narración ocupan casilleros aparte, o se zurcen y entreveran para ajustarse a un equilibrio simétrico.

Hay tal cosa como un equilibrio estético que logra sus compensaciones por plomo contra nubes en igualdad de pesos. Y tal cosa como una unidad que nace de la diversidad conjugada. Se dan en este primer libro de quien en 1966 se asoma a una carrera llena de promesas.

Independientemente de sus valores propios, el libro de Gustavo Sainz se suma a los testimonios alentadores de una nueva generación de novelistas venturosamente nacidos en un México ya muy distinto del que hace treinta años dio el bochornoso espectáculo de escandalizarse por el lenguaje que Salazar Mallén se atrevió a recoger de la realidad para hacerlo pronunciar a los personajes de su relato. Un México--y un mundo--libre ya de los tabús sexuales que hicieron de los primeros osados novelistas del siglo notorios mártires del derecho natural a exponer la vida con cuanto ella ofrece esencial. Alguna vez se apreciará la medida en que Freud por dentro, y la indumentaria simplificada por fuera, coincidieron en abolir el pecado, el complejo de culpa y la angustia, por medio a la vez de la confesión—y del bikini.

Gustavo Sainz transcribe las definiciones que dos respetables diccionarios dan de la voz de Gazapo. Pero este inevitablemente futuro académico debió consultar el de nuestra docta corporación. Habría en él descubierto que la definición de Gazapera, en su segunda acepción, viene a ser una especie de resumen de su novela: “Junta de algunas gentes que se unen en parajes escondidos para fines poco decentes.” Poco decentes—aclarémoslo—para la Academia. Y ella está aún lejos de Gustavo Sainz.

Esta reseña originalmente fue publicada en el periódico Novedades, el 3 de enero de 1966.

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